JOSE MARÍA PALACIO GIRÓN (IV)

Nuestro hombre  fue un luchador nato y desde el año 1901 en el mes de diciembre que llega a Soria para comenzar como funcionario del Ministerio de Montes con la categoría de escribiente de 3ª clase va subiendo los escalones, pasando desde oficial de 5ª hasta jefe de Negociado de 2ª.

 

Propiedad de Rocío Hierro
Propiedad de Rocío Hierro

En Soria como funcionario tiene varias vicisitudes, lo cesan en el 1905 y le vuelven a reponer en el puesto  por una revocación de la orden. En 1918 siendo profesor de la Normal de la sección de Ciencia, también le cesan por otra cacicada del Director para colocar a un amigo, es tal el revuelo que toda la prensa de Soria y parte de la de Madrid se levanta contra la injusticia, y el diputado de Soria le envía una carta al ministro de educación pidiendo explicaciones, a los dos días es repuesto pero a la sección de Letras ya que su puesto en Ciencias lo había ocupado el enchufado.

Comienza a escribir con tres artículos en el Noticiero de Soria en diciembre de 1901 y comienzos de 1902, para posteriormente escribir fijo en el Avisador Numantino hasta 1906, mientras tanto escribe en El Heraldo de Aragón y la Tribuna de Barcelona.

El artículo que hoy voy a reproducir se lo dedica a su amigo.

Se trata de un artículo que José María Palacio le dedica a Antonio Machado en la prensa soriana de EL Porvenir Castellano, donde Palacio era su Director y ha pasado casi un año desde que falleció Leonor esposa de Machado, en esta página del periódico, además tenemos una poesía de Machado que casi seguro hemos leído varias veces, «Campos de Soria».

Palacio cumple la petición de Machado de llevarle flores a la tumba de su mujer Leonor al Espino, dado que Machado se marcho en Agosto pasado de Soria  hacia Madrid y solo volvió a recoger el nombramiento de hijo predilecto de Soria posteriormente.

Palacio recuerda el fallecimiento de su hija Carmen en setiembre de 1909 a los dos días de nacer y también recuerda a su padre fallecido en diciembre del mismo año.

Creo que es un artículo espléndido y con una galanura de expresión que te hace penetrar en su alma y conocer con intensidad lo que sentía en esos momentos que esta narrando, me parece que merece la pena, sentir lo que el autor intenta trasmitir y os sentiréis plenos.

José Gil Santander

 

 CRÓNICA

Para D. Antonio Machado

El Porvenir Castellano, 26 de Junio de 1913

 

Poeta insigne y entrañable amigo: queda cumplida la promesa que le hice en una de mis últimas cartas. Hoy hace un año que llevé a su inolvidable Leonor (q.e.p.d.) un ramo de rosas cortado en el jardín de nuestro amigo Aparicio. Y se las entregué en la plazoleta de El Mirón, adonde la llevaba usted y una madre amante, para que la malograda esposa encontrase alivio a su mal, respirando aire puro bajo un olmo secular.

Cuando yo llevé las rosas estaba sola Leonor. ¡Y cuánto la alegraron nuestras flores! Ellas despertaban nuevas esperanzas en nuestra pobre enferma, sin duda, porque su espíritu era tan delicado como las rosas.

También hoy la he dedicado otro ramo pero, ¡ay! se lo he llevado a su tumba.

Era un día como aquél, sereno y caliginoso, y en vez de ir a encontrar a la esposa del poeta y del amigo bajo la sombra del olmo secular y frondoso, he dirigido mis pasos al cementerio. Los cerrillos contiguos a El Espino tenían ese claro oscuro de las primeras horas de la mañana.

Allá abajo, en las praderas, contiguas al Duero descritas por V. con suprema poesía en Campos de Castilla, grupos de jóvenes alegres, esperaban la salida del sol.

El pueblo da una virtud a las flores cogidas al amanecer en el día de San Juan. Esta virtud podía ser una esperanza para nosotros en el año pasado. En este, yacía sepulta bajo la tierra triste y sagrada donde crecen yerbas y cipreses. Dos guardadores del cementerio cortaban las hierbas con unas hoces que “mirando al Cielo” eran un símbolo. Los cipreses evocaban a Núñez de Arce, y a los poetas sentimentales.

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La tierra parda de las heredades labrantías, las serrezuelas plomizas y los prados angostos, han adquirido la tonalidad luminosa propia de un día de junio a las nueve de la mañana. En el cementerio había un silencio inalterable. Junto a una tumba, una mujer enlutada, como figura de un cuadro de Zuloaga, debía rezar una oración.

Y en esta hora solemne, he tomado mis rosas y las he extendido sobre la tumba de la que fue digna y amantísima esposa de usted. Las he extendido sobre la superficie para cubrirla de un color delicado y de un aroma ideal. He querido tejer una corona y he fracasado en el intento. Yo debo sentir el arte en el alma, pero no lo llevo en las manos. Y es que he venido al cementerio a eso, a rendir un tributo del alma.

Y sobre esta tumba que he reverenciado muy de corazón por los dos, amigo Machado, se que ha tejido usted una larga corona de dolor, de un gran dolor, para el cual su lira sublime conquistará laureles y tendrá emblemas consagrados por el cariño y acrisolados por el Ideal.

Usted que es hombre de gran corazón y de gran espíritu, ha comprendido que hay en el mismo Dolor fuerzas para nuestra vida espiritual.

Si la Humanidad toda comprendiera sus dolores, no podría evitar la desdicha de sentirlos pero en ella misma habría algo grande y consolador.

De la tumba de Leonor, su malograda esposa, he ido a la de Carmen, mi malograda hija. Allí he dejado nuevas rosas, todas muy fragantes. ¡Pobre hija mía! Y de esta última tumba he ido a la de mi madre política, y sobre ella he hecho otra burda corona de flores.

No podía rendir hoy este tributo a todos mis muertos queridos. Lejos de aquí están los huesos de mi padre y de su hermana Vicenta. Para ellos he enviado más allá del horizonte un ramillete de pensamientos.

Esta santa obra de rendir tributo a nuestros muertos produce en el alma una sensación triste y dichosa a la vez.

¡Tal vez no haya en la vida nada más apacible ni más grato que el ir a depositar flores sobre la tumba de nuestros muertos amados! Parece que sale de la tierra un vaho, de bendición. Y del Cielo baja un himno de Amor.

A ese Amor he entonado hoy una oda que mi pobre prosa no ha sabido expresar, pero la siento muy honda dentro del corazón.

José María Palacio.

 

CAMPOS DE SORIA.

II

Las tierras labrantías,

como retazos de estameñas pardas,

el huertecillo, el abejar, los trozos

de verde oscuro en que el merino pasta,

entre plomizos peñascales, siembran

el sueño alegre de infantil arcadia.

En los chopos lejanos del camino,

parecen humear las yertas ramas,

como un glauco vapor–las nuevas hojas–

y en las quiebras de valles y barrancos

blanquean los zarzales florecidos

y brotan las violas perfumadas.

III

Es el campo undulado, y los caminos

ya ocultan los viajeros que cabalgan

en pardos borriquillos,

ya al fondo de la tarde arrebolada

elevan las plebeyas figurillas

que el lienzo de oro del ocaso marchan.

Más si trepáis á un cerro y veis el campo

desde los picos que habita el águila,

son tornasoles de carmín y acero,

llanos plomizos lomas plateadas,

circuidos por montes de violeta

con las cumbres de nieve sonrosada.

                  ANTONIO MACHADO

   «El Porvenir Castellano» 26/06/1913

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